HIKIKOMORI (libro-acción)
David Trashumante
Edita: YA LO DIJO CASIMIRO PARKER. Nº 2 colección Alhajeros.
Corrige OLGA ALBERT e YSA CRUZ. Encripta EUGENIO TISSELLI.
260 páginas. Madrid – Valencia – Ciudad de México. Junio 2020.
Este fue un libro efímero, en realidad, no existió. Un libro que no fue impreso y que vivió confinado en la pandemia de 2020. Un libro de haikus en formato pdf que pudo ser descargardo durante 40 días (del 22 de junio hasta el 25 de julio ).
El hikikomori es lo contrario del haijin (escritor de haikus). Si el segundo vagaba sin rumbo por los bosques, el primero no sale de su habitación.
El término hikikomori fue acuñado en 1998 por el psicólogo japonés Tamaki Saito. Y hoy en día, es considerado un trastorno de la conducta que combina aislamiento físico y social y un gran sufrimiento psicológico que puede durar seis o más meses, a veces años.
En Japón más de medio millón de personas son hikikomori, una suerte de ermitaños modernos que viven retirados de todo contacto social pero permanentemente conectados al entorno virtual del ciberespacio.
La desconexión del amor por la naturaleza (tradición sintoísta, animista) o «lo real» (según Alba Rico) para conectarnos a un espacio simbólico o virtual, en este caso la literatura que habla de sí («una poesía sin mundo» como definió el colectivo Alicia Bajo Cero), configuraban el bloqueo del que hablaba el libro. Y lo hacía también a través del continente y el soporte, puesto que en el lugar que debería ocupar el contenido no había «nada». Pura carcasa, como nuestra sociedad y sus poetas de estómagos complacidos.
Escogí el Haiku por ser una forma de la poesía de la conexión con «lo real» desde la contemplación y la reflexión. Pero me interrogaba con qué ha pasado para que la tradición de Japón, el país de Basho, haya devenido en los hikikomori. Evidentemente la respuesta era y es fácil. El neoliberalismo capitalista individualista y narcisista.
El libro se dividía en cuatro secciones que son cuatro acciones CALLAR, TACHAR, CERRAR y DESECHAR. En una clara búsqueda del silencio como forma de contraponernos a la fenomenología pop de esta fiesta de emisores y bukake
creativa que se han convertido las redes sociales y que durante el confinamiento mostró su cara más delirante. También era una contestación a la poesía adanista, indolente y verborreica que corre paralelo a esta figura del prosumer (personas que producen la misma mierda que consumen) que tan bien está sabiendo explotar el capitalismo líquido. Hikikomori proponía un silencio que se oponía a la devaluación del lenguaje por su uso banal y vanidoso. Un libro que decrecía para hacer sostenible el espacio simbólico, pero que, al contrario que poéticas como las de Méndez Rubio, no balbuceara por la desesperación y la deserción, es decir, al callar no otorgaba, sino que, como el proverbio árabe, solo al callar nos hacememos dueños de nuestra libertad. Para mi, era y es el momento de hablar en la asamblea y en los grupos de trabajo y de callar en las redes, incluso en las ciberactivistas. Una especie de búsqueda de la clandestinidad, pues internet es un medio absolutamente controlado por el sistema.
En este sentido la búsqueda del silencio, del vacío zen, en contraposición a la tradición occidental en momentos de confinamiento, se hizo imperativa para poder escapar del espacio mediatizado, que desinformaba y manipulaba, en el que se había convertido nuestra «realidad», siempre mediada para que permanezcamos desconectada de ella. UN RUIDO conformado por infinitas emisiones y mensajes que impedían la reflexión y, por tanto, la crítica constructiva y la generación de conciencia. En este sentido, lo que comenzó como un libro que quería hablar de «cuando no se tiene nada que decir», finalmente se ha transformado en la necesidad de no decir nada para poder alcanzar la iluminación budista o el éxtasis místico cristiano. No dejó de estar en mi interior la sensación de ser un monje en mi celda mientras lo escribía, en el proceso hubo un momento en el que hice 5 días de ayuno incluso.
La idea de que el libro solo existiera en lo digital me llevó a proponerle al editor hacer de Hikikomori un LIBRO ACCIÓN. El libro sería descargable desde la web de la editorial por tienpo limitado y. además, a partir de ser abierto por primera vez, el archivo estaría programado para bloquearse (desaparecer) en 4 h. De ahí que fuera un libro que no existe en realidad, un libro que finalmente se iluminara y abandonara esta dimensión. Un libro que no pudiera ser impreso, ni hacer captura de pantalla, una posesión preciada por efímera (como la vida) y que quería explicitar la forma de relación de acumulación suprahumana, expandida e insostenible que en la era digital tenemos con los productos culturales. Así discos, libros, películas, hay más contenido circulando en la red de lo que podremos descodificar en 100 vidas. Entendiendo dicho contenido como algo que se multiplica exponencialmente cada día (de forma viral) por la figura del prosumer antes mencionada. De esta forma podemos descargados bibliotecas enteras, discografías… en nuestro ordenador y jamás abrirlas para escucharlas y verlas por la falta de tiempo y el ritmo de fast food de cientos de textos y mensajes, memes y fake news que el sistema nos ofrece cada minuto.
Por último, el único componente autoreferencial y dotado de cierto código hermético es aritmético y matemático era:
-Por un lado, el número de página del libro estaba personificado en la acción de moverse de una esquina a otra del libro (como la acción de Ester Ferrer, «cuatro esquinas») y de tanto repetir el recorrido, finalmente generaba una sensación circular que me recuerda al Hombre de Vitrubio (un cuadrado inscrito dentro de un círculo), siendo este círculo, contenedor del espacio cuadrado (la habitación), la conciencia que se expande.
-Por otro, cada sección era divisible por cuatro, hacía referencia a las cuatro paredes del encierro físico, pero que en numerología simboliza la estabilidad, la madurez, la mesa compartida y solida, lista para compartir manjares sobre ella. Y era, en aquel momento, en el que me encuentraba y quería que figurara así en el libro, puesto que a diferencia de TÓPO, esta vez no hay sufrimiento en la afasia, sino enroque en la determinación de que la revolución interior, el crecimiento personal, la conexión mística con lo real, nos permite evolucionar hacia cotas de amor elevadísimas, para poder participar de la revolución colectiva con paciencia renovada, desde la bondad, la generosidad, la compasión, la piedad y la misericordia para aquellas personas que todavía nadan en las sombras de la codicia y el egoísmo.
HIKIKOMORI fue un intento de generar una firme respuesta al sistema, formular una realidad real, compuestas por personas reconectadas, para poder regresar al regazo de la madre tierra.